Es bien conocido el cuento de Jorge Luis Borges que utiliza Baudrillard al empezar su ensayo sobre la cultura del simulacro. En dicho relato, titulado «Del rigor de la ciencia», se narra cómo se construyó en el pasado un mapa que reproducía la realidad con absoluta precisión, de manera que la cubrió por completo, duplicándola. La realidad aumentada, la capacidad de proyectar sobre el mundo elementos virtuales que lo «aumenten», parece haber hecho de esta alegoría algo literal: la ficción borgiana se hace realidad de una manera que, sin embargo, recuerda más a la novela de Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel.

Gracias a la realidad aumentada hoy tenemos Pokemon Go, el reciente juego de Nintendo, que pone a la compañía, una vez más, en el centro de atención. Hace unos días, un amigo comentó en Facebook cómo se había reproducido en la vida una escena que no resultará extraña a nadie que haya jugado cualquiera de las muchas versiones previas del juego: un desconocido te habla de un pokemon difícil de capturar que se esconde en algún lugar de la ciudad. Nintendo lo logró, concluía mi amigo, hicieron de Pokemon algo real.

La cantidad de chistes que han aparecido en internet sobre el tema resulta abrumadora. Muchos giran, sobra decirlo, sobre la manera en que los gamers ahora tendrán una excusa para salir de casa. Efectivamente, ya se pueden ver personas recorriendo las calles mirando el mundo a través de sus móviles, buscando pokemones. Pero no solo son gamers: viejos aficionados al juego que lo habían olvidado y lo reencuentran en esta nueva e innovadora versión, personas que no pueden evitar interesarse por el concepto, nuevos gamers, fanáticos o no de la saga, todos se han sumado al fenómeno. Esta escena tiene algo de particular. Si bien no es nada nuevo ver a las personas hipnotizadas frente a sus móviles, pocas veces se había hecho tan literal la idea de que en la sociedad moderna solo vemos el mundo a través de nuestros celulares. Hasta ahora, cuando veíamos mensajes, fotos de Instagram o las  redes sociales, el mundo estaba ahí, pero como una fuente infinita de información que nos separaba de la realidad que nos rodeaba. En el caso de Pokemon Go, los usuarios ven el mundo que tienen en frente a través del móvil, que es simplemente un filtro que aumenta la realidad. Nunca como hoy había sido tan cierta aquella desalentadora afirmación de Ernesto Sábato en la que señalaba que las personas del nuevo siglo solo son capaces de apreciar un paisaje a través de un monitor.

Al releer el párrafo anterior, sobre todo la cita que parafraseo de Sábato, reconozco que sueno como un conservador o, por lo menos, como un apocalíptico. Intentaré, por lo tanto, matizar mi pesimismo. Reconozco lo innovador del concepto y veo, sobre todo, las importantes implicaciones que puede tener su desarrollo en torno a nuestra percepción del mundo y la realidad. Por otro lado, y para reafirmar mis posiciones paradójicas y contradictorias, es probable que descargue el juego y lo pruebe. Asimismo, estoy seguro de que los entusiastas de la tecnología sabrán defender los beneficios de este nuevo desarrollo. Sin embargo, no puedo evitar cierto escepticismo, sobre todo al considerar la manera en que la tecnología constantemente promete un mundo más perfecto y, sin embargo, nos deja siempre en el mismo lugar, con un montón de nuevos juguetes, armas y problemas que simplemente no sabemos manejar.

En este sentido, el nombre que le damos al mecanismo, realidad aumentada, adquiere una ironía indiscutible: literalmente aumenta la realidad al agregarle algo, pero también la reduce al cubrirla con una simulación. A esta cuestión no podemos dejar de agregar el carácter comercial e ideológico de un juego como Pokemon Go. Detrás de esa nueva realidad se esconde una intención evidente, conseguir compradores, y otras menos claras como, por ejemplo, la producción de un nuevo esquema de pensamiento que sutilmente controle a los consumidores.

Para atenuar el tono conservador, por lo tanto, quiero cerrar aclarando que la tecnología, por sí sola, no implica algo negativo. O no siempre, por lo menos. Por el contrario, puede llegar a representar una ventaja indiscutible para el mundo moderno. Sin embargo, no hay acciones ingenuas y Pokemon Go, como acontecimiento cultural, no deja de entrar en un contexto consumista propio del capitalismo tardío, lo que hace pensar que sus virtudes son solo el envoltorio brillante de una realidad mucho más cruda y desalentadora.

En una de sus novelas, Sábato hace discutir a un personaje anarquista con un defensor del progreso. Como argumento para defender los avances científicos, se cita la posibilidad de salvar vidas que hace apenas un siglo hubieran estado condenadas. Frente a esto, el anarquista afirma que la humanidad habrá progresado realmente cuando deje de intentar evitar la muerte y aprenda a aceptarla como parte de nuestra existencia. Quizá esa es la pregunta que todavía no puedo dejar de hacerme. No solo hasta qué punto se justifica el progreso, viendo hoy los resultados (piénsese, como el ejemplo más claro, el calentamiento global consecuencia directa del desarrollo industrial y tecnológico); sino también si no hemos perdido algo en el camino.

A diferencia de Sábato, no estoy tan seguro de que esa supuesta autenticidad, que él defiende desde su posición de resistencia, exista. Sin embargo, parece innegable que, a medida que cedemos ante la realidad simulada que hemos construido, renunciamos a otros aspectos de la vida con los cuales, quizá, también se ha ido algo de nuestra humanidad.