
No voy a hablar específica ni únicamente de Clarice Lispector, aunque de cierta forma sí. No voy a hablar tampoco solo de su novela Aprendizaje o el libro de los placeres, aunque sí. Soy mucho de rayar libros, subrayar, hacer marcas, escribirles mi opinión, cuando me dan algo que decir o preguntar. Me gusta, por eso, que el libro sea mío, y sufro un poco con los textos prestados que deben permanecer impolutos, o que guían mi mirada con las marcas de otros. Será una tontería para quienes no tengan esta costumbre, pero el libro que comento es, sin duda, el que más he rayado.
Se podría decir que no hay acción, o muy poca, en muchas de las historias de Lispector. ¿Cómo transcurren las páginas, entonces, con tanta fluidez? Gran parte de lo que sucede acontece en el interior de los personajes, en el interior de cada una de las palabras que conforman el texto y abren ventanas y compartimientos hacia infinitos lugares del ser. Conocer, entonces, el interior abre paso hacia el exterior, hacia los más ínfimos detalles y movimientos: una reacción, una mirada, un pensamiento que toma forma.
El aprendizaje sucede, entonces, no en el lector, que solo lee lo que es, sino los personajes que, cuestionándose a sí mismos, se encuentran en sus aprendizajes: el placer es encontrarse, (re)conocerse después de un largo proceso de sí mismo. Así cambian, y vemos en el transcurso de las páginas cómo son diferentes a medida que van viéndose consigo mismos. Jung hablaba de la importancia de hacer consciente lo inconsciente.
Puede que haya una plenitud en ese diálogo mental, en ese caminar de un lado a otro dentro de los laberintos de la mente hasta encontrar el conocimiento y la transformación que se refleja, también, en el mundo exterior. Es en ese paseo dentro de la consciencia donde cobra sentido el encuentro. Los personajes nos muestran cómo viven sus procesos internos, los paisajes están en sus mentes. No están ahí para enseñarnos nada, cada uno de nosotros tenemos nuestros propios aprendizajes, pero están ahí mostrándonos los suyos, exhibiéndolos en una transparencia lineal, y entonces la literatura es la que aprende a medida que avanzan las líneas y las páginas, y los personajes apenas se mueven entre ellas pero su ser tiene un movimiento, va desvelando su propia otredad.
El cuerpo es el contenedor de todas estas inquietudes y reflexiones, a través de él interactuamos con el mundo y exhibimos sus posturas: vemos un juego de espejos que somos nosotros mismos, y entre toda esta multiplicidad encontramos los aprendizajes, los descubrimientos propios que nos abren algunas líneas, algunos gestos, algunas pausas, y entonces en algún momento encontramos la solución, la respuesta codiciada, y brota la palabra o el silencio. En eso se va el tiempo, encuentros y desencuentros.
Imagen: Bond of Union, Escher, 1956.