
Recuerdo un anuncio de créditos rápidos, no muy antiguo, que decía algo así como «¡¡Llega el verano y con él la playa Y LAS VACACIONES!!». En él, un hombre de mediana edad cambiaba su aburrido atuendo diario por un bañador tipo slip, flotador y gafas de bucear, sobre un croma con una playa paradisíaca proyectada. Desde luego, el anuncio no destacaba por su originalidad: casi todas las campañas publicitarias veraniegas trabajan el contraste entre la rutina y las vacaciones, la oficina y la playa, la ciudad gris y el color de los destinos veraniegos. La imagen y la música predisponen qué es lo bueno y qué es lo malo.
Es totalmente comprensible que marcas de cualquier producto o servicio quieran dar una apariencia tan favorecedora del verano y el turismo; al fin y al cabo, al menos en España, es la temporada con mayor índice de consumo material y energético, ganando incluso a las tres semanas de Navidad, que albergan muchos menos turistas y, a pesar de ser también fechas de mucho consumo, duran menos de la mitad que el verano vacacional. Lo que me sorprende, es la facilidad con la que el gran público cree tanto en la imagen idílica de un destino, como en la idea de que el turismo es un sector exclusivamente beneficioso para la renta de un país.
Por supuesto, no critico la actividad turística como tal. De hecho, el tener cada día una mayor posibilidad de conocer otros países y culturas puede tener consecuencias muy positivas a nivel social, desmontar tópicos y prejuicios. Lo verdaderamente dañino es que se haya convertido en un instrumento más del capitalismo salvaje, que destruye los mismos paisajes que quiere vender, o reconstruir para revender (véase Marina D’or, o cómo fabricar una playa artificial en una zona ya costera). Esta situación no es mucho más agradable en las grandes y medianas ciudades: cada verano, durante los meses de julio y agosto las calles principales se saturan de gente, comercios de souvenirs y basura. Todo gracias a un turismo cuya menor preocupación es que el turista conozca de verdad la ciudad que visita. En las vías comerciales el objetivo parece ser tocar y revolverlo todo para, posiblemente, no comprar nada, y en las zonas monumentales, llegar, hacerse una foto, e irse. Esa foto será utilizada para demostrar que allí se estuvo, pero poco se podrá contar sobre la historia del monumento, quién fue su constructor, quién lo diseñó.
Varios fotógrafos y cineastas han desarrollado trabajos muy críticos con respecto a este turismo de masas, resaltando los peligros económicos y medioambientales del mismo, sin olvidar que, aunque sea el menor de los males, también hacen de nuestras ciudades sitios cada vez más feos y despersonalizados. Ya que en su mayoría han sido imágenes fotográficas las que han pretendido transmitir el turismo como algo limpio y beneficioso, es necesario que sean también fotografías las que nos muestren la otra cara del sector, posiblemente mucho más realista.

Barcelona, 2012. Martin Parr.
Marc Javierre, fotógrafo autor de Tourist Walk, declaraba en Bye Bye Barcelona (documental muy recomendable sobre la evolucion del sector turístico en la Ciudad Condal) «Lo que quería denunciar con el libro es la ocupación del espacio del turismo y la expulsión de lo local. Buscaba enseñar la actitud de la gente en la calle, para contrastarla con la actitud normal del vecino. Vomitando en el suelo, despedidas de soltero a punta pala… me da rabia porque además te venden Barcelona como lo que no es. Eso no es bonito. Ni es agradable, ni atractivo, sino que da vergüenza».
Imagen de cabecera: Ricardo Cases.
Imagen destacada: Martin Parr.