
Amarna Miller nos la ha metido doblada —me permito la jerga, dada la naturaleza del tema— con Patria, el spot del Salón Erótico de Barcelona que se celebrará a principios de octubre. Y es que entre tanto tópico de postureo sobre las hipocresías más visibles de España, nos cuela el mensaje pro-regulación de la prostitución. Hay tantas cosas mal con legalizar esta praxis que no sé si unos pocos párrafos serán suficientes.
Empecemos con la máxima kantiana que, aunque nos queda lejos, no ha perdido razón: las personas no son medios, sino fines en sí mismas. Si el acceso regulado al cuerpo de un ser humano es el medio para que otro ser humano satisfaga sus necesidades sexuales, por un precio a convenir, entonces esa primera persona —una mujer, en su práctica totalidad— pierde su estado de sujeto y es convertida en objeto y mercancía por esa segunda persona —un hombre, en su práctica totalidad. En consecuencia, la realidad de la práctica de la prostitución no está respondiendo a ese imperativo categórico kantiano y de alguna manera pierde su sentido. De hecho, la propia noción del ser humano pierde su sentido con la práctica de la prostitución.
Llegados a este punto, quizás deberíamos definir al elefante en la habitación: estamos hablando del intercambio de sexo por dinero. Pero no cualquier sexo, ni cualquier tipo de sexo, puesto que la prostitución tiene género y la satisfacción es de una naturaleza concreta. La arroba que se emplea para denominar a «l@s trabajador@s del sexo» por parte de quienes reivindican la prostitución como un trabajo más, falsea la realidad al hacernos creer que es un oficio desempeñado por cualquiera. Esto es una manipulación de la realidad. La prostitución está desempeñada en su gran mayoría por mujeres, donde los hombres juegan el papel de «prostituidores» —o de clientes, si preferimos los eufemismos—, y el tipo de sexo es de naturaleza androcentrista, es decir, se caracteriza por la consecución de un orgasmo masculino a través del cuerpo de otra persona.
No nos engañemos, la causa de que exista la prostitución no es porque haya mujeres prostitutas, sino porque hay hombres que consideran que la satisfacción de sus necesidades sexuales es un derecho y también porque hay una ideología que considera normal, natural y deseable que lo hagan, siendo catalogada la prostitución como «el mal menor». ¿El mal menor de qué? ¿De que si no hay mujeres a las que someter mediante una transacción económica, se las someterá a la fuerza? O, por el contrario, ¿que aquellos hombres dispuestos a frecuentar los burdeles, las rotondas o las páginas web de encargo tendrán que esforzarse por conseguir mantener una relación sexual consensuada y en la que no haya una clara situación de inferioridad por parte de la otra persona? Porque no podemos pasar por alto que estas relaciones sexuales mantenidas por el putero y a partir de las cuales obtiene placer, están definidas por su dinámica de poder, y falta de reciprocidad. Las mujeres prostitutas (o prostituidas) se ven reducidas a una fila de cuerpos desnudos, despersonalizados y vulnerables, a disposición de quien tenga dinero para pagarlos y por los que ellas sienten indiferencia o asco. Es decir, hay una desigualdad inherente en el papel que desempeñan hombres y mujeres en esta dinámica.
Y no hablemos de consentimiento, de voluntad y de vocación en el desempeño de la prostitución, porque al igual que ningún ser humano ha nacido para ser esclavo, ninguna persona ha nacido con vocación para ser prostituida. Sinceramente, lo que me parece hipócrita es reivindicar la prostitución hablando de consentimiento desde los mundos de Yupi, es decir, obviando el contexto en el que vivimos, contaminado por las desigualdades de índole económica, racial o, en este caso, de género, y en el que el consentimiento no es garantía de libre elección ni mucho menos.
No es que el mensaje del vídeo protagonizado por la actriz porno esté diciendo tonterías, sino que los eslóganes cargados de indignación popular no están formulados como fines en sí mismos, sino como medios para otra agenda, lo que desprestigia totalmente el mensaje. En este caso, no se trata de lo que expresa, sino lo que silencia y oculta. Sí, la prostitución de mujeres aumenta cada año, aún en las sociedades formalmente iguales como la española, y la oferta es consecuencia de la demanda de mujeres destinadas a satisfacer los deseos sexuales de una parte de nuestra ciudadanía masculina. Pero lo primero que sucede tras la legalización de una actividad, es precisamente aumentar y expandirse.
En último término, legalizar es legitimar. Quizás deberíamos preguntarnos qué dice de nosotros como sociedad la banalización y normalización de esta forma de explotación extrema, mediante la cual el cuerpo de la mujer se transforma en un bien público reconocido por el Estado. Sobre todo, deberíamos reflexionar acerca de qué tipo de mundo queremos legar a nuestros hijos e hijas: ¿un mundo en el que la ley de libre mercado condena a las chicas provenientes de familias con menos recursos económicos a ser cuerpos sobados y penetrados por hombres con ganas y dinero en los bolsillos? ¿Queremos legarles la legitimación de unas relaciones basadas en la desigualdad, en las que el deseo sexual de los hombres adquiera el estatus de derecho derivado de la (supuestamente irrefrenable) necesidad sexual masculina? Y, finalmente, ¿queremos exponernos al riesgo de que la idea de la mujer, lo que se puede hacer con una mujer y lo que se puede esperar de una mujer, se derive de la práctica de la prostitución?
Yo tengo muy claro que no. ¿Y tú?
Legalizar es legitimar. Pues entonces abre los ojos, legalizada y legitimada está la Esclavitud Asalariada, el Capitalismo Salvaje, el Consumismo como única forma de Ocio. Que las compañeras trabajadoras del sexo están realizando un trabajo injusto, aceptando dinámicas machistas y brutalizadoras es algo que puedes decirle a cualquier trabajador asaliariado de este país. Incluso, a muchos profesionales y artistas. Entérate: ilegalizar lo único que hace es perpetuar situaciones de miseria y explotación por debajo de la línea de flotación. Legalizar significa estar a un mínimo de dignidad. Poder disfrutar de derechos, de sindicación, quitar poder a las mafias. De todas maneras, esto no tiene que ver con la pobrecita Amarna Miller, que me temo es un poco límite.
Templa, Polly, templa. Me hace gracia que hables de ilegalizar como si el estado natural de las cosas fuera ser legal. Yo creo estar muy enterada de algo que para mí es categórico: legalizar es reconocer que la prostitución es de carácter natural, y como tal, entonces no se puede cambiar. Vamos, que naturalizar los procesos, los hechos y las situaciones es un precedente muy bueno para escudarte en «esto es así –la naturaleza (sexual) de los hombres es así– y no hay solución». Y como no hay solución porque no es algo que necesite solucionarse, vamos a legalizar la explotación sexual para que «las trabajadoras del sexo tengan unos derechos y unas condiciones laborales regularizadas». Siento decirte que si bien en teoría este razonamiento puede parecer correcto, hay una perversión en la práctica. El «cliente» no compra una relación sexual reciproca, no quiere una prostituta con derechos, empoderada, que ponga límites. A la vista está que en los países en los que la prostitución está regulada, la demanda se mueve en busca de un sector no regulado, es decir, en busca de mujeres que al estar fuera de la ley, sean más vulnerables, que bajen los precios, que se sometan a cualquier deseo y acepten cualquier cosa, que no demanden condón, etc. Legalizando, regulas la explotación, el derecho legal de los proxenetas a explotar –y de paso, les ofreces un lavado de cara al llamarlos «empresarios»–, pero no arreglas la desigualdad entre hombres y mujeres, que está en la base de la práctica de la prostitución.
Por si mis palabras te parecieran pobres en contenido, te dejo también el testimonio de uno de los máximos responsables policiales del país en la lucha contra la explotación sexual, José Nieto (jefe del Centro de Inteligencia y Análisis de Riesgos de la Comisaría General de Extranjería y Fronteras, perteneciente a la UCRIF –Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales– de la Dirección General de Policía:
“Siempre se pensaba que si tú la regularizabas, como el tráfico de drogas, se iban a acabar las mafias. Todo lo contrario. ¿Por qué? Barrio Rojo de Ámsterdam: se exponen ante el cliente y el cliente decide consumir y paga. Hasta ahí, todo bien. La prostituta es autónoma: tiene derecho a las prestaciones sociales, derechos y deberes, como cualquier otro trabajador. ¿Qué está pasando en Holanda? Que la mujer, como autónoma, cuando llega su seguro médico tiene una profesión de alto riesgo desde el punto de vista sanitario. Paga sus impuestos, pero aparte, para poder tener acceso a las prestaciones sanitarias, tiene un plus porque es una profesión de alto riesgo. Va a pedir un préstamo al banco, presenta su vida laboral y pone que es prostituta y como somos algo hipócritas (es una opinión), a lo mejor el banco le concede un préstamo a 30 años y su vida profesional es como la de los futbolistas, corta, corta… «Dentro de 7 años, usted no va a poder seguir trabajando en este mundo, ¿cómo me va a pagar el préstamo?», le dice. Cuando abandona su carrera profesional se dedica a cuidar ancianos, enfermos… En su currículo figura que es prostituta desde los 25 años, y entonces quizás se le ponga trabas a su perfil como el idóneo para cuidar de «mis» hijos [ironiza]. Ella ha estado pagando impuestos toda su vida, cotiza el IVA… Lo que sucede también es que hecha la ley, hecha la trampa, y trabaja en B, para no cotizar, por lo que puede aún bajar más los precios y hacer competencia desleal. Las organizaciones se instalan y ponen a las trabajadoras a trabajar en B y ya están las mafias metidas también en ese mundo.”
La prostitución es análoga a la esclavitud, pues es el cuerpo de la mujer, es decir, ella misma, la mercancía objetiva, lo que se penetra, manosea, etc, lo que se consume, a diferencia de otras actividades donde lo que se comercia son solo las actividades que se realizan con el cuerpo. La prostitución atenta contra la libertad sexual, pues las mujeres tienen que acostarse con hombres que no desean y realizar prácticas que no quieren. La sexualidad pertenece a la esfera más intima y privada de una persona y es fundamental en el desarrollo psicológico y emocional de esta, pero en el caso de la prostitución no se puede hablar rirgurosamente de sexualidad, o una expresión de esta, ya que la sexualidad tiene unos parámetros de complicidad, deseo, un carácter lúdico, placentero que la definen que no se dan en la prostitución, donde la mujer actúa como un mero recipiente de los deseos de los clientes. La palabra prostitución etimologicamente quiere decir poner en el escaparate, poner en venta, a las mujeres, dejando a las claras su origen esclavista. Las posiciones regulacionistas, fundamentadas en criterios subjetivos, posmodernos, de voluntariedad, de mera libertad individual, tan funcionales al neoliberalismo, impiden toda transformación social, pues desde enfoques individuales siempre habrá personas dispuestas a defender las actividades más aberrantes, incluso contra sus propios intereses. Desde estos enfoques los derechos humanos de alcance universal jamás se podrían haber proclamado, primando lo que se estableciera en acuerdos particulares. Hay que recordar que hubo esclavos que defendieron su esclavitud, y que hubo una pugna histórica entre abolicionistas y regulacionistas del apartheid encarnada en Booker Washington y Web Dubois que se saldó con la victoria del segundo. La prostitución además por su enorme peligrosidad y sus propias estructuras mafioso/ criminales fuerza a la mayoría de prostitutas a terminar bajo la protección/ explotación de un proxeneta. Es una actividad que traspasa un quantum mínimo de dignidad humana objetiva irrenuciable y por lo tanto no cabe ningún principio regulacionista. La prostitución es un fenómeno de alcance social, de enorme penosidad, que nos afecta a todos, pues su normalización configura la sociedad y los valores dominantes de esta en la que estamos inmersos, haciéndonos potenciales víctimas de esta a nosotros o personas cercanas. Por ejemplo, no podemos permitir que mediantes acuerdos particulares se permita la esclavitud, el trabajo infantil, la venta de órganos o la vulneración de derechos laborales porque estamos abriendo la puerta para que nosotros mismos caigamos en esos acuerdos porque se daña un bien jurídico o un bien común con normas particulares. Además la prostitución es una forma extrema de abuso que permite el poder que otorga la enorme desigualdad ( cada vez mayor) propia de este sistema de producción, que ya no solo permite explotar la fuerza de trabajo ajena hasta extremos bárbaros, sino aprovecharse del cuerpo y el sexo de las mujeres. La prostitición regularizada además lleva a unos desarrollos, siendo coherentes con los principios que se defienden, inviables y rocambolescos, como su impartición práctica y teórica en la escuela pública, ofertas en el INEM que de ser rechazadas implican pérdida de prestación, inspecciones de sanidad y educación inverosimiles. Otras actividades con cierta penosidad, pueden tener unas condiciones o remuneraciones indignas, pero la actividad ser perfectamente digna e incluso imprescindible socialmente. Lo que habría que mejorar es las condiciones de esas actividades, su remuneración, revalorizarlas socialmente, y en un horizonte ideal pues quizás ir consiguiendo su automatización o su reparto social más justo. Pero en el caso de la prostitución, es la actividad en sí, la que es indigna, desde una ética universal, propia de los DDHH , seleccionada racionalmente.La regularización de la prostitución y por lo tanto su normalización llevaría más pronto o más tarde, a que todas las mujeres estuviesen expuestas en sus trabajos a ofertas de este tipo ( ya se han visto casos de ofertas de trabajos de secretaría más plus sexual, y no hablemos de las trabajadoras domésticas)( todo esto legitimado en base al argumentario regularizador: la prostitución es un trabajo como cualquier otro, es algo normal, solo los puritanos la rechazan, etc) por parte de sus empleadores, y es probable que muchas terminaran aceptando para no ser despedidas, lo cual en términos jurídicos sería un mecanismo diabólico o perverso. ¿ Por qué no aceptaría que su madre, su hermana, su novia, esposa, hijas, amigas, etc, les hicieran ofertas laborales de este tipo y si lo acepta con las mujeres que son prostituídas, en gran medida por fuertes condicionantes socioeconómicos, cuando no por el engaño y la mera trata?
¡Hola Francisco! Me gustaría pedirte disculpas, en primer lugar, por la tardanza de mi respuesta. En segundo lugar, me gustaría agradecerte estos comentarios tan maravillosamente argumentados. Tu aportación me parece sencillamente deliciosa, y he de reconocer que llevaba días pensando en qué responderte que pudiera estar a la altura. Sinceramente, no cabe ninguna matización, pues como te decía, tocas los puntos claves de un asunto muy controvertido, y desarrollas tu argumentación, no solo con gran maestría, sino con una pasión que trasciende la pantalla y hace que dé gusto leerte. Tan solo me queda darte la enhorabuena; me han encantado tus comentarios.
Muy halagado por tus palabras Alexandra, normalmente ante esta argumentación sobre todo en circulos pro regularización suelo obtener la callada por respuesta. A algunas feministas, pocas, tampoco les sienta bien, que un hombre, les replique y discuta sus planteamientos. Lo dicho, un placer leerte, y muchas gracias por la amabilidad y generosidad de tus palabras.
Si quieres prohibir la prostitución ¿por qué no prohibir también la pornografía? Aquí las chicas hacen exactamente lo mismo. Es más, yo he intentado darle un cachete en el culo a una prostituta durante el acto sexual y no se deja! sin embargo, es muy habitual verlo en películas pornográficas, y no se ha quejado nadie. De lo contrario, este razonamiento tuyo sería hipocresía barata.
Veo que no entra a los fundamentos de la argumentación, sino simplemente critica una hipotética hipocresía, en caso de que defendiera la prohibición en un caso pero no en el otro. Es decir, entiendo que da por buenos los fundamentos, y su ataque solo se circunscribe a mi persona, respecto a mi coherencia. Yo tengo también mi análisis de la pornografía( etim: representación gráfica de la prostitución) que puede incluir esta en ejercicio o no. Y que tiene unas características propias que la diferencian cualitativamente de la prostitución normal ( visibilidad, su carácter propiamente exhibicionista, la mayor aceptación social, ausencia de clandestinidad…) Pues bien mi posición, en cuanto a la pornografía como industria de la prostitución, es practicamente la misma, atenta contra los DDHH, en este caso la libertad sexual, es análoga a la esclavitud, pues lo que se compran y se consumen son cuerpos y no solamente los bienes y servicios que estos producen. Además de la cosificación, la presentación de hombres y mujeres como meras mercancías, productos de barraca de feria, desprovistos de cualquier otro valor, el machismo de esta industria que refleja en su inmensa mayor parte las fantasías de los hombres ( las escenas suelen estar enfocadas a la eyaculación masculina) y su claro componente de clase. Resumiendo, cuando la sexualidad, que es propia del mundo del ocio, de lo lúdico, de lo placentero, de la esfera más íntima y privada de una persona y clave en su desarrollo emocional, se mercantiliza, y se convierte en negocio, en un modus vivendi , se acaba lo lúdico, lo placentero, y se pasa a ser una mera mercancía, un recipiente para los deseos del hombre . Ahora bien, como fantasía sexual, consentida,deseada, ( incluso podría admitir su mercantilización siempre y cuando fuese algo esporádico, como algo dentro de la propia fantasía,, no como modus vivendi, ni como industria) , como práctica exhibicionista, me parece totalmente lícita, dentro de una coordenadas. En todo caso, la pornografía es un caso más complejo, por sus diferencias cualitativas, pero eso no invalida para nada el análisis sobre la prostitución.