Encontraste una vocación. Aquello no cayó del cielo. Para saber que era lo tuyo tuviste que experimentar con varios medios, ver miles de fotos, hacer otras miles (que ahora te parecen horribles), pasar horas delante del ordenador probando las herramientas de Photoshop. Ingresaste en una escuela por dos años y medio, una escuela que no tenía por qué estar en tu ciudad; así que, además de la matrícula, pagaste el alquiler correspondiente y el material de clase: no hubo libros, pero sí fotocopias, carretes, papel fotográfico analógico, y digital, sin olvidar la cámara, trípode, flash… si aún no los tenías.

Aguantaste los apuros económicos, las críticas —no siempre constructivas— del profesorado, la frustración de pensar que no valías, y la cara de asombro/cuñadismo de muchos cuando les decías que estudiabas fotografía: «¿¡Pero ESO se estudia!?». Así que tenías que explicar por enésima vez que sí, la fotografía se estudia; y no solo su técnica, también su historia, filosofía, aplicaciones artísticas, que las cámaras no hacen buenas fotos por sí solas, que las hace el fotógrafo, y que el digital no lo ha hecho más fácil ni más barato.

Hoy puedes estar en uno de estos dos grupos: el que terminó los estudios reglados o el que no lo hizo. Independientemente de cuál sea el tuyo, sabes que ninguno de los dos puede dejar nunca de aprender a observar y profundizar; por lo tanto, de hacer mejores fotografías.

Todo esto tiene valor, y también tiene precio, porque la fotografía no es solo amor al arte, es un trabajo. Una de las ideas más nocivas que se inculca a los fotógrafos principiantes es que no tienen por qué exigir el pago de sus primeros trabajos, porque les ayuda a tener archivo y algo que enseñar, al fin y al cabo no tienen mucha experiencia así que el resultado final de las imágenes no será tan bueno como para pagar por él. No lo hagáis, no regaléis vuestro trabajo, nunca. No estáis haciéndole un favor a nadie, estáis trabajando para un cliente, poniendo a su servicio vuestros conocimientos y estilo, y solo valorándolo vosotros mismos haréis que los demás lo valoren. Seguramente perdáis sesiones porque apareció alguien que lo hacía gratis. No pasa nada. Si ese cliente piensa que unas buenas fotos cuestan 0€, no merece la pena. Sin un buen colchón económico, la necesidad aprieta, pero siempre podréis vender una pequeña parte de vuestra alma en un «trabajo alimenticio» que no sea más que eso, un sustento seguro que no tiene valor más allá de lo práctico. Pero vuestra vocación sí lo tiene, no la devaluéis. No trabajéis gratis.