El carácter «integrador» propio de los procedimientos culturales y económicos en las sociedades de la hipermodernidad que subraya Gilles Lipovetsky debe ser tenido en cuenta a la hora de elaborar una antropología de la sonoridad contemporánea. Que ello sea paradójico o contradictorio es harina de otro costal, pero parece indudable que Proteo (Posmodernidad) y Prometeo (Modernidad) caminan de la mano en nuestros días, como recuerda el pensador francés.

Desde esta postura, se pueden apreciar movimientos de sentido contrario en el marco del mapa de los sonidos de nuestro tiempo: sin querer restar ahora importancia a mi advertencia del mes de mayo contra la dictadura del sonido tanto en el ámbito público como en el privado, no se puede obviar una atención creciente a las molestias ocasionadas por el exceso de ruido en las ciudades, ya sea en la búsqueda de la mejora de la calidad de vida general, ya sea en virtud de su posible explotación económica.

Con respecto a lo primero, no solo las asociaciones de vecinos o las organizaciones ecologistas exigen, especialmente en contextos muy precisos –polígonos industriales, aeropuertos, etc.– una drástica reducción de los decibelios, sino que los propios gobiernos y constructoras llevan a cabo planificaciones más sensatas del entorno urbano de nueva creación; allí, el soterramiento de los aparcamientos privados o la proliferación de zonas verdes están llamadas también a una mejora de la experiencia acústica.

Con respecto a lo segundo, tampoco se puede negar la que Le Breton ha calificado como «comercialización del silencio» de nuestros días. Sin entrar en el territorio de la ética profesional, es una realidad que las empresas de automóviles, electrodomésticos o tecnología venden el silencio como un valor añadido. ¿Se han fijado en que incluso los teclados de los ordenadores cada vez suenan menos? Precisamente, en pleno periodo vacacional la demanda de silencio y de sonoridades benignas en el marco de la naturaleza crece exponencialmente. Las casas rurales, los spa, las prácticas pseudoascéticas como el mindfulness, se multiplican para ofrecer en los días del ruido —y no sin ciertas dosis de artificialidad o medias tintas— ese silencio y soledad que, como gran parte de nuestros derechos, necesariamente deben ser comprados.

#TaceProNobis

Imágenes: Instalación “In silent“, Chiharu Shiota.