
Después del mes de agosto, Revista Borrador retoma sus publicaciones con nuevas propuestas. La entrevista al cineasta Antonio Morales da inicio a un ciclo de charlas con varios artistas y creadores alrededor de un mismo hilo común: La presencia de la precariedad en su proceso creativo. ¿Hasta qué punto la escasez de medios puede influir en el resultado final de sus respectivos proyectos? Cineastas, escritores, actores, cantantes y fotógrafos pasarán por Borrador para reflexionar junto a Jöel López Astorkiza y Lucía Bailón.
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Antonio Morales tenía miedo, complejos y un sueño: hacer una película. Tras superar todos los obstáculos posibles —la mayoría de ellos personales—, lo ha cumplido. Está a punto de salir a la luz su primer largometraje. Marisa en los bosques es una historia sobre la culpa. Una historia que ha hecho con responsabilidad pero con mucho amor. «No me surgió la opción de hacer la película», asegura. Simplemente la hizo. El cineasta almeriense cuenta que una de las actrices se le acercó durante el rodaje y le dijo: «Gracias por hacer la película a pesar de tener todo en contra». Se ha curtido en cortometrajes, videoclips, estudia dirección de teatro y ya tiene en la cabeza su segunda película.
«Me faltaba valor y arrojo pero todo el trabajo que he ido haciendo estaba encaminado a contar historias y la película, al final, es una conclusión de ese camino»
Es un hombre orquesta, pero entre todo eso, ¿por qué el cine?
Porque el cine es la conclusión. Ahora que estoy analizando mi camino hasta mi primer largometraje, que llega a punto de cumplir los cuarenta, veo que es una consecuencia de todo lo que he hecho pero que había un miedo que no me dejaba avanzar. Y también pudor. Pensaba: ¿por qué tengo que mostrar algo de mí para todo el mundo lo vea? Supongo que me he ido refugiando, pero siempre he querido contar historias, incluso cuando trabajaba en radiofórmula. Yo contaba historias. Me faltaba valor y arrojo, pero todo el trabajo que he ido haciendo estaba encaminado a contar historias y la película, al final, es una conclusión de ese camino.
Entonces, en ese camino, el cine estaba ahí siempre pero como una afición.
Sí. Siempre he soñado con hacer una película pero pensaba que era una empresa inmensa, inalcanzable. Precisamente, esa sensación de verlo tan alto, tan inalcanzable, me generaba esa incapacidad de hacerlo y de lanzarme. Con el paso de los años me di cuenta de que podía intentarlo.
¿Cuándo escuchó el clic que le impulsó a hacer la película?
Ha sido, sobre todo, la edad. Me decía «que se pasa, que se pasa», porque me faltaba ese arrojo. No sé si hay un momento concreto o un clic. Lo que si hay son películas que, al verlas, pensaba: «Yo quiero hacer algo así. ¿Por qué no lo intento? Tengo que intentarlo de cualquier manera». El cine francés y la nouvelle vague son lo que más me ha estimulado a hacer cine porque veía cómo lo hacían tan fresco, tan rápido, tan directo. Vale, yo no tengo París pero tengo Madrid. Y también, tengo que decirlo, las películas malas me han ayudado a atreverme. Werner Herzog decía eso, que con las películas malas se aprende mucho pornque ves lo que no se debe de hacer, son caminos que no debes tomar. Porque los clásicos, las grandes películas son milagros que son muy difíciles de descifrar y de copiar. No hay tantas de esas. Incluso los grandes directores han patinado. No es fácil hacer que una película conecte con el público.
«Esa precariedad es buena en cuanto que fomenta el ensayo-error. No me parece bien que se idealice pero sí es muy positivo para el cineasta»
¿Por qué insistir en el cine?
Es un impulso el que me lleva a hacer cine. Como el salmón que nada a contracorriente. Porque yo lo he tenido todo en contra y no sé muy bien por qué siempre he tenido esa vocación hacia el cine. Una vocación angustiosa porque si tu vocación es ser enfermero, por ejemplo, mejor o peor puedes ejercer tu vocación pero es tan difícil levantar un proyecto de cine con el que sentirte cineasta y sentir que estás ejerciendo tu vocación que a veces te vienes abajo.
¿Y cómo consigue no desfallecer?
Con ayudas. Cuando la gente se mete con las ayudas, que todo hay que revisarlo, me da rabia porque es un impulso necesario para levantar proyectos interesantes. Pero es triste que de las subvenciones que da el Estado a producciones cinematográficas la mayor parte se las dan a Isabel Coixet, Jaume Balagueró o Martín Cuenca y no me quejo de que se las den a ellos, faltaría más, sino porque cineastas de esa categoría, asentados y con un público tengan que pedir esas subvenciones para levantar sus proyectos. En consecuencia, hay otras producciones que igual les hace más falta ese impulso y que se quedan cortadas.
Cogiendo el hilo de las subvenciones, ¿cree que es posible hacer cine en España sin acabar frustrado de cualquier manera?
La frustración viene realmente cuando no puedes hacer el cine que de verdad quieres hacer, pero es cierto que cuando consigues levantar una película llega la otra parte, que es casi la más difícil, la de la promoción y la distribución para que, finalmente, tu película pueda ser vista por el mayor público posible. Por eso creo que ese esfuerzo de las ayudas debería focalizarse más en la promoción. Ahora son las televisiones las que, cuando apuestan por un proyecto, hacen ese impulso promocional para que la gente vaya al cine a ver esa película que han producido. Pero hace falta otra mentalidad. En España esa idea de marketing y promoción de las películas es aún muy precaria.
¿Cree que esa dificultad, tanto de producción como de promoción, condena al cineasta a la precariedad?
Creo que, más aún con la política cultural del actual gobierno, es evidente que ha habido un ataque contra el cine por un posicionamiento político de este. Eso ha hecho que desaparezca un tipo de cine. Es decir, en España podemos hablar de tres tipo de cine: Uno de low cost, más arriesgado, heredero de esa tradición de arte y ensayo. Luego estaría el cine medio, más popular, social, con actores conocidos y que se ve bastante en la televisión. Y por último, las grandes producciones. Entonces, ese cine medio que daba de comer a muchos profesionales ha desaparecido. Sólo nos quedan dos opciones: las superproducciones, un mundo practicamente inalcanzable para la mayoría y el cine low cost, muy caótico donde hay joyas que reciben premios fuera pero que no llegan a las salas, y otras ni siquiera eso. Es un mundo totalmente precario donde buscas amigos para hacer la película y que resulta muy difícil de amortizar. Eso no es una industria; es más la desesperación de una gente que quiere hacer cine, que una industria. Sin embargo, sigo creyendo que el cine es una fuente muy interesante de cultura y de riqueza para el país. Conozco a tantos extranjeros que conocen España por Almodóvar y que han cambiado el chip por eso, que ni la campaña mas millonaria de publicidad puede hacer lo que hace el cine de Almodóvar.
¿La precariedad en el cine tiene cierto halo de glamour?
No lo sé. Está bien en el sentido de que una vez que pases por más experiencias en la vida más rico va a ser tu universo para contar historias. Creo que pasar por muchas cosas en la vida te da muchas herramientas y poder hablar de una cosa que controlas hace que profundices más. Esa precariedad es buena en cuanto que fomenta el ensayo-error. Es mejor probar y equivocarte en un cortometraje sin presupuesto que una película con cinco millones de presupuesto. Ese aprendizaje es muy útil porque aprendes a economizar y a optimizar tus recursos. No me parece bien que se idealice pero sí es muy positivo para el cineasta.
¿Cree que esa precariedad condiciona la creatividad?
Sí condiciona. A mí lo que sí me gusta de esa precariedad es que no tienes que justificar, a quien te presta el dinero, una taquilla y unos resultados por lo que la libertad con la que afrontas el proyecto es máxima. Pero también es verdad que cuando andas tan corto de recursos es difícil plasmar la película de tus sueños. Por ejemplo, en Marisa en los bosques había una de las escenas más bonitas que, por su complejidad y coste, tuvo que quedarse fuera, y te duele porque eso que has soñado no has podido hacerlo. Lo que he hecho es apartarla, y seguro que el día de mañana puedo rescatarla.
«En cualquier sitio hay una idea»
En su caso particular, ¿cómo funciona el proceso creativo?
Siempre tengo la cabeza en ebullición. Estoy hablando contigo y estoy con todos los canales abierto recibiendo estímulos. De hecho, cuando leo mi cabeza separa las tramas, aspectos de los personajes que me interesan o que me pueden resultar útiles y los apunto para que no se me olviden. Y cuando realmente aparece una idea que puede convertirse en cine, es cuando todos esos apuntes se pegan y hacen encajar la idea original. Una vez que estás en el proceso de hacer creer esa idea también aparecen, en mi caso, cosas nuevas. Por ejemplo, a mi encantan que los personajes hablen. Y en el proceso de escritura les dejo que hablen, y hablen, y hablen… Luego ya les pasaré la tijera pero de esa manera los conozco más, y me sirve para profundizar en ellos. Siempre surgen ideas para guiones, personajes, escenas. Yo, por ejemplo, trabajo mucho a nivel visual: viendo lo que hacen otros, posibles variaciones, nuevos enfoques. En cualquier sitio hay una idea.
¿Cuál es su universo creativo?
Me resulta muy difícil hablar de esto porque yo voy creando historias y proyectos procurando no mirarme desde fuera. Yo creo que lo más bonito de cuando te enfrentas a la cultura es ver la singularidad de cada uno. Que cada persona que crea te emociona a partir de su propia voz. Eso es lo más me gusta. Porque todos tenemos similitudes: si te pinchan te duele, te enamoras, te desenamoras… pero cada uno luego tiene algo que me fascina, que es la belleza de lo singular de cada uno. Y esa inquietud puede entroncar con lo bizarro. Por mi timidez intrínseca, siempre me ha llamado la atención lo marginal, lo outsider, la gente extrema y eso se va colando en lo que hago. Yo no soy para nada una persona extrema pero adoro a aquellos que lo son en todos los aspectos de la vida. Y en la película, por ejemplo, eso está presente: cómo la singularidad de varios personajes enriquece el universo de la protagonista.
Ha hablado del pudor como barrera personal y de un universo propio que va creando, ¿siente que ya tiene una voz propia?
Me dice la gente que sí. En una función que hice en la RESAD, de un texto que no me convencía, bastante alejado de mis gustos, fue curioso cómo la gente me decía que me veían en ese montaje. En cine no lo tengo tan claro pero creo que la película va a marcar un momento importante a ese respecto. Durante el proceso de esta película me dediqué, como para darme ánimos, a ver óperas primas de autores que me gustaban, y buscaba, además, primeras películas muy precarias, que se notara que estuviesen hechas con muy pocos recursos. Y la verdad es que me animé porque vi que eran imperfectas pero que tenían algo. Y me encantaba ver esas películas de David Cronenberg o de Jim Jarmusch mientras preparaba la mía. Me motivaba y me quitaba un poco ese miedo escénico que me daba la idea de hacer mi primera película.
Porque, por mucho que haya podido acumular experiencia, no es lo mismo hacer un cortometraje que un largometraje.
No, en absoluto. Ten en cuenta que el corto es una idea. Incluso la precariedad en un corto puede jugar muy a favor de esa idea. Es más directo, es una píldora. Pero es que una película ya supone un desarrollo que lo tienes que estructurar de otra manera para que no te quedes solo en una idea. Y también al contrario, hay que saber cuándo una idea se debe quedar en eso y no dilatar para conseguir una película sin interés.
«Sufro al pensar el talento que se puede perder si personas como yo encuentran un muro y desisten, o que no sepamos que existen»
¿Llega al largometraje después de la experiencia del cortometraje o le ha aparecido la oportunidad de hacer la película?
Yo no tenía la posibilidad de hacer la película. Ha sido muy complejo porque el proceso ha sido precario pero creo que no se nota en el resultado final. Fue más importante vencer todos los bloqueos que yo tenía dentro que en realidad ponerme a hacer la película.
Vayamos a la película. Si no tenía la opción de hacer la película, ¿cómo consigue hacerla?
Pues volcándome en el proyecto, rompiendo esos bloqueos que tenía. Me armo de valor, analizo la posibilidad del crowdfunding, ahorro el poco dinero que puedo y aprovecho la red de gente que conocía en Madrid. Hubo algo muy importante que ocurrió en mi vida. Al terminar la carrera de Comunicación Audiovisual acabé bastante decepcionado y con poca esperanza de hacer cine pero cuando retomé el teatro, sentí otra vez que merecía la pena. Y es en la RESAD donde algo me hace clic y comienzo a dar forma a una idea sencilla de rodar pero interesante. Y me lancé en medio de mis estudios de dirección de escena. Lo bueno es que, en el momento en que empiezas a crear la bola del proyecto, ya hay gente que empieza a empujar contigo. Ya no estás solo y eso ayuda mucho.
¿Se piden muchos favores?
Muchos. Intento que cuando los pido haya una especie de trueque y pueda dar algo a cambio a la otra persona. Es cierto que con la película conseguí que todo el mundo cobrara un sueldo digno, que comieran con las dietas pero es verdad que acabas pidiendo favores, sobre todo invadiendo espacios. Pero también es cierto que hay mucha gente que es muy generosa. Mucha gente me decía que cómo era posible que hubiera conseguido sobrepasar la cantidad que pedíamos por crowdfunding.
¿Y cómo se hace?
Pues teniendo muchos amigos que saben que esta película es el sueño de tu vida y que quieren ayudarte para que lo hagas realidad. Y se vuelven locos ayudándote. Eso te hace ser más consciente de lo que tienes entre manos. No me pasé con el plan de rodaje y no me salí de los horarios. Creía que era lo que tenía que hacer. Te puedo asegurar que poder levantar una película con tanto mimo no es fácil. Yo soy el único que ha perdido dinero pero quería que vieran que esto era un proyecto sincero y que no quería aprovecharme de nadie. Además, la vocación juega mucho y la gente necesita levantar películas. Una de las actrices me dio las gracias por hacer la película, por seguir adelante a pesar de tener todo en contra y por hacerlo con tanto amor. Y para mí no había opción: o lo hacía así o no lo hacía.
Al hilo de ese comentario, ¿puede suceder que la gente como tú deje de hacer cine?
Hay varias cosas. Reconozco que en este sector pueda haber muchos culos para pocas sillas, dicho vulgarmente, pero sufro al pensar el talento que se puede perder si personas como yo encuentran un muro y desisten, o que no sepamos que existen. Por eso, vuelvo a la idea de que el Estado debe estimular esa producción porque va a ser bueno para la sociedad. Una sociedad que se expresa a través del arte es más rica y la hace más interesante y más concienciada.
¿Cree que el cine español, en su historia, ha estado marcado por esa falta de medios?
Sí. Si analizas el cine español ves que hubo dos picos de popularidad: uno sería la época de la Segunda República, donde hubo la mayor afluencia de público en los cines gracias a las películas folclóricas. Y en los noventa hay otro repunte con figuras como Almodóvar, Medem, Amenábar. Pero aún así hay épocas, como los setenta y el despertar de la Transición donde películas de poco presupùesto llegaban al público. Ahora encuentras perlas como Carlos Vermut, que ha irrupido con fuerza en el cine con dos películas muy personales pero que no renuncia a llegar a todo el público posible. A mi me da un poco de pena, por ejemplo, que hay ciertos sectores del cine español que hacen películas a espaldas del público. Tan cerrados en sí mismos que se olvidan del espectador. Creo que se puede llegar a un punto medio interesante.
«Ha sido cuando la he terminado cuando he entendido lo que realmente quería contar con esta película. Es una cinta sobre la culpa y cómo necesitamos reencontrarnos con los fantasmas del pasado para perdonarnos y poder seguir viviendo»
Volviendo a su película, ¿cómo lleva un tímido como usted tomar decisiones?
Yo trabajo bien bajo presión e intento ser previsor y buscar soluciones a posibles problemas que me puedan surgir antes de que pasen. Además, en este proceso me he dado cuenta de que mi manera de pensar se adapta muy bien al mundo del teatro o del cine porque resuelvo muy rápido las cosas. Por el mismo motivo me cuesta mucho hacer trabajos mecánicos. Me gusta aprovechar el momento y los recursos que me da ese momento. Y con la película me pasaba eso continuamente. He aprendido a economizar al máximo. Por ejemplo, durante el rodaje, el ayudante de dirección, me decía: «Antonio, hay doce planos y tenemos tiempo para siete, ¿qué quieres cortar?». Era una presión tremenda tener que repensar los planos aunque me gusta mucho el ritmo interno y los planos largos. Y yo era consciente de lo que hacía. Ahora me río pero en aquel momento fue duro. Ese proceso también me ayudo a ser muy claro en lo que quería contar. Al final, historias hay miles e importa más el cómo más que el qué contar.
¿Qué cuenta Marisa en los bosques?
Ha sido cuando la he terminado cuando he entendido lo que realmente quería contar con esta película. Es una cinta sobre la culpa y cómo necesitamos reencontrarnos con los fantasmas del pasado para perdonarnos y poder seguir viviendo. Cómo vivir con la pérdida de seres queridos y cómo esa ausencia puede ser útil para seguir adelante. A partir de ahi, hay muchos más temas. De hecho, hay dos películas. Hay una comedia que luego se transforma en algo más onírico, más dramático. Soy consciente de que es un atrevimiento porque al espectador cuando le cambias el género se puede revolver. Aunque la idea es que la comedia fluyera por toda la historia pero de diferentes maneras. Además, la gente usa tus propuestas para colocar temas que le interesan en ese momento y las usan como vehículos. Y yo no soy quién para decir lo contrario.
¿Cómo se le ha quedado el cuerpo después de levantar su primera película?
Es cierto que lo pasé francamente mal porque pensaba durante el proceso: «no voy a hacer más cine; esto es muy doloroso». En esos momentos fui consciente de que esta película era un sueño pero era un trabajo que requiere mucho esfuerzo sin tener la seguridad de que le vaya a interesar a nadie. Por eso, cuando acabamos, estaba en una nube porque lo habíamos conseguido y después me empezó a entrar la responsabilidad. También me tomé un tiempo para recuperarme físicamente porque el rodaje me pasó factura. Un segundo punto importante fue cuando el montador ve el material filmado. Me llamó y me dijo: «Antonio, esto que me has traído está muy bien». En ese momento realmente me lo creí. Estaba más convencido de que habíamos hecho un trabajo serio, una pelicula para buscar espectadores y para poder buscar financiación para el segundo proyecto.
¿Ya tiene la segunda película en la cabeza?
Claro. Ya la estoy escribiendo.
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La última pregunta
Cada artista entrevistado nos dejará, a modo de bitácora, un pequeño vídeo con anécdotas, consejos, detalles, respuestas o preguntas dirigido a aquellos artistas que tienen a la precariedad como compañera de trabajo. Iremos colgando las propuestas en nuestro canal de Youtube. Comenzamos el camino con las palabras de Antonio Morales.
Imágenes de cabecera y destacada, fotogramas de Marisa en los Bosques.