El paso es el latido de nuestro recorrido. El golpe que marca el ritmo. El sonido que nos describe. Somos el corazón sobre la acera. Una mañana cualquiera, caminaba con la decisión inútil del que sabe el destino inmediato, la cita rutinaria. Bajé del autobús, rodeé un perro in extremis y alargué uno de mis pasos para no tocar un charco, desprevenido. Seguí mi ruta convenida pero empecé a pensar. Damos millones de pasos y en cada uno de ellos hay un espacio que no tocamos.

Como el latido, que se define tanto por el sonido como por el silencio, un paso es un paso porque los pies evitan tocar parte del camino para poder avanzar. Sabemos, o podemos saber, qué y dónde pisamos pero ¿y si quisiéramos hacer inventario de esas zancadas invisibles? Sería tan imposible como interesante. Como quien traza un mapa de lo desconocido para buscar algo descifrable, el cartógrafo construye un mapa inédito, un camino realizado pero no pisado.

Cada uno podríamos consultar en un atlas todos aquellos sitios que no hemos pisado a pesar de pasar por encima de ellos. Las referencias son casi infinitas. Por ejemplo, podríamos saber qué cosas nos hemos perdido por pisar en otro sitio y no en ese en concreto. Cuántas veces hemos evitado, con un paso más largo, una baldosa traicionera, una moneda brillante, un escalón, un río, un zapato suyo o su cuerpo tumbado en la playa.

También podríamos encontrar un inventario de pasos perdidos. Ser consciente, por primera vez, de que muchos de ellos no han servido, se quedaron allí, justo en el sitio donde los dimos, pero no formaron parte de un objetivo, de una meta, de una llegada. Quiero creer que, como los latidos, nuestros pasos son todos necesarios en nuestro camino aunque a veces se pierdan en su propio eco.

Un poeta amigo mío siempre me dice que un día decidió que no iba a pisar los milagros. Desde entonces, su zancada no es un abismo sino un puente desde donde admirar aquello que no ha pisado. Saber lo que no hay que pisar, no tanto para que no nos haga daño sino para no hacer daño requiere de una experiencia en el caminar que muy pocos tienen.

En esa mañana cualquiera, cuando me puse a revisar lo que no piso cuando doy un paso me acordé de mi amigo y de sus palabras y, de repente, me vi como un Gulliver torpe y sobrepasado, caminando entre milagros diminutos. Porque de eso trata un poco la vida. De pisar y no pisar. De elegir, decidir y descartar. De pensar los pasos mientras los damos. Pero de caminar.

agosto2013

Sobre la fotografía:

Autora: Lucía Bailón

Fecha: agosto de 2013

Lugar: Glorieta de Atocha

Me llamó la atención que la chica llevase botines y pantalones gruesos porque ese día hacía muchísimo calor. Creo que a pesar de ser en blanco y negro, se puede notar el calor en el asfalto, seguramente gracias al contraluz.