
Colaboración por Salvador J. Tamayo.
Es 1989 y el Joker entra en el museo de arte de Gotham City con la intención de secuestrar a la novia de Bruce Wayne, Vicky Vale. La reportera gráfica está protagonizada por Kim Basinger aunque, de no ser por una lesión, hubiera sido Sean Young, «replicante» en Blade Runner. Joker envía una pequeña máscara a Vicky Vale, ataca el museo con gas y, al ritmo de la música disco, él y sus hombres entran bailando, pasando entre los cuerpos inertes de señores con traje, mientras destrozan unas bailarinas de Degas, algunas pinturas de Vermeer y Rembrandt, e incluso el retrato sin terminar de George Washington pintado por Gilbert Stuart, el que se usaría más adelante en los billetes de un dólar. Joker detiene a uno de sus esbirros justo antes de rajar otro cuadro más y, con voz firme, le dice: «Este no; este me gusta». Ese día el Joker salvó a Francis Bacon.
El arte es una de las pocas formas que tiene el hombre de conservar su historia, la representación material de su pasado y, sobre todo, de defender y mantener su propia identidad frente a agresiones de cualquier tipo. No hay que alarmarse ante lo evidente, ni caer en ningún «buenismo»: la destrucción siempre implica imposición y dominación. Lo interesante es tener claro qué tipo de dominación estamos dispuestos a soportar como «aceptable».
Atendiendo a un caso reciente, en la guerra civil de Siria se han destruido y saqueado decenas de yacimientos arqueológicos, lugares de interés y obras de arte, como Palmira, Dura-Europos y Apamea. Las causas, diversas: bombardeos, fanatismo religioso, bandas de ladrones organizadas y población civil sin nada que perder que trata de buscarse la vida vendiendo las ruinas de la que fuera su cultura y les dijeran que es su identidad. La venta de la identidad no es algo exclusivo al comercio con obras de arte.
El arte es molesto, el arte es incómodo, el arte es violencia: la obra condensa el momento en el que fue creada y cómo la ha tratado el paso del tiempo. El desencuentro, en ocasiones, hace que sea agredida, maltratada, destruida, olvidada o exiliada. Todos los olvidos son políticos. Todos los exilios son políticos. Muchas se han perdido y, de otras tantas, sólo nos han llegado fragmentos dinamitados, quemados, quebrados o fusilados. A veces sin contexto, ni la más remota opción de que vuelvan a ser lo que fueron. Pero, sin embargo, los restos permanecen, ya sean como trozos de mármol hecho añicos o como un recuerdo prohibido. Un recuerdo proscrito.
Los nazis saquearon algunos de los mayores museos y galerías de Europa a su paso. La pérdida hubiera sido irrecuperable de no ser por los «Monuments Men» del ejército estadounidense, y partisanos franceses, italianos y españoles. Jamás hay que olvidar que los primeros en entrar en París para liberarla de los alemanes fueron los republicanos de la 9º Compañía de la 2ª División blindada comandada por el General Leclerc. Entraron en carros de combate con nombres como: Teruel, Ebro, Belchite, Quijote y Sancho Panza. El recuerdo de la lucha de la patria arrebatada, pintada sobre los monstruos de metal que avanzaban hacia el centro de París (imprescindible al respecto, la novela gráfica: Los surcos del azar de Paco Roca), la identidad propia liberándose de los fascistas a Europa, esa señora tan vieja y cansada. Los alemanes dejaron más de 1500 escondrijos con obras de arte robadas por toda Alemania, Austria e incluso Italia. Es sobrecogedora la imagen de algunas pinturas saqueadas de la Galleria degli Uffizi de Florencia, en una de las celdas de la cárcel de la ciudad de San Leonardo. Otro de los lugares donde escondieron otras importantes obras de arte, fue una mina de sal en Altaussee, Austria. De allí se pudieron recuperar la Madonna e Bambino que podemos ver en la Iglesia de Nuestra Señora en Brujas y el políptico de los hermanos Van Eyck: La adoración del cordero místico, en la catedral de Gante. Fuego. Tierra quemada.
Operación Nerón: Orden de Adolf Hitler
Es un error creer que las infraestructuras industriales, de transporte, de comunicaciones o de suministros no destruidas o paralizadas, sólo temporalmente puedan volver a ponerse en funcionamiento para nuestros fines cuando el territorio perdido sea recuperado nuevamente. El enemigo en su retirada sólo dejará tierra quemada y ninguna consideración por la población. Por lo tanto, ordeno:
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Todas las instalaciones militares, industriales, de transporte, de comunicaciones y de suministro, así como cualesquiera otros inmovilizados materiales que se hallen en el territorio del Reich y que puedan ser de cualquier utilidad para el enemigo de forma inmediata o en un próximo futuro para la continuación de la guerra, han de ser destruidos.
Fuego. Según la tradición popular, el fuego es lo único capaz de matar a un vampiro, el fuego purifica, el fuego es la consecuencia de poner en marcha la Operación Nerón con la que los nazis querían inutilizar las infraestructuras del país para que no fueran utilizadas por los aliados. Nerón: emperador romano del siglo I que quemó Roma, en un incendio de cinco días, para reconstruirla a su gusto, según los mentideros de la época. Nerón que asesinó a su madre, que murió a los treinta años y Nerón, que se puso a llorar mientras veía arder el Coliseo, el mismo por el que mil años más tarde, en el interior de sus ruinas, pastarían cerdos. Nerón/Nero: software con el que todos y cada uno de nosotros copiaba discos de música cuando no existían YouTube, Torrent, iTunes, Amazon o Spotify. Los que crecimos en ciudades de provincias nos justificamos con la imposibilidad de comprarlos aunque quisiéramos, y ahora nos redimimos malgastando una fortuna en vinilos de 260 gramos, como hicieran los padres de algunos de nosotros, sólo que peores y más caros. Era un lujo ir casa de un amigo con un hermano trabajando en Londres, Berlín o Barcelona que le enviaba/regalaba discos y pasar horas escuchándolos y grabando decenas de tarrinas de CDs como si sufriéramos el síndrome de Diógenes musical. De hecho, lo sufrimos. Ahora parece increíble, pero tardé años en tener la discografía completa de Nirvana. Tres. Desde los catorce a los diecisiete. Sólo tres discos de estudio, sin contar el Unplugged de MTV, los recopilatorios y los directos. Tres discos. Tres años:
2000: In Utero [1993]
2001: Bleach [1991]
2002: Nevermind [1989]
1936, en España los aviones fascistas del bando nacional y los enviados por Hitler y Mussolini lanzaban bombas contra la población civil de Madrid. El pánico a que una de ellas destrozara el Museo del Prado motivó que el gobierno republicano impulsara la formación de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. Trasladaron las obras a Valencia, el convoy de los camiones Mercedes Benz que las llevaban subió por el Levante hasta Cataluña, y desde Perpignan, los cuadros atravesaron en tren parte de Francia para finalmente llegar a la Sociedad de Naciones en Ginebra. Como es natural, los inconvenientes se contaban por decenas: se fabricaron cajas especiales para los cuadros, algunos eran tan altos que no cabían por debajo de algunos puentes que encontraron en el camino, el peligro a ataques enemigos, la forma de manejarlos y almacenarlos, cuestiones meteorológicas… En octubre de 1939 el gobierno de Franco, ya vencedor, solicita a Ginebra la devolución de los cuadros. Tras varias negociaciones los cuadros vuelven de vuelta a Madrid desde Zurich en un tren que recorrió Francia con las luces apagadas para evitar que pudiera ser bombardeado por los alemanes. María Teresa León tuvo una implicación fundamental en la operación y, en menor medida, también su esposo, Rafael Alberti. El poeta escribió en 1956 una obra de teatro titulada: Noche de guerra en el museo del Prado, aunque no se estrenó hasta 1973, en Roma. El bando fascista vencedor, el de Queipo de Llano, Millán Astray y José María Pemán, gritaba a los cuatro vientos que los rojos querían vender los cuadros para financiar la guerra. También dijeron que Guernica fue bombardeada por el ejército republicano. Cada canalla que sostenga su calumnia. Tenemos un documental magnífico, sobre el traslado de las obras, titulado: Las cajas españolas. Aunque confunde, de forma innecesaria, fragmentos de video de la época con las recreaciones contemporáneas de algunos pasajes.
Otro caso interesante de una obra destrozada en un conflicto bélico es el del San Juanito de Úbeda. 1,40 cm., escultura de Miguel Ángel para Lorenzo de Médici. Terminó en la capilla del Salvador gracias al secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos. En 1936, unos anarquistas la hicieron añicos y quemaron los restos. El proceso de reconstrucción que realizaron con ella es impresionante ya que se recuperó sólo el 40% de la escultura. De nuevo la propaganda fascista contra las hordas rojas. Siempre he tenido una enorme simpatía hacia los anarquistas aunque no estuvieron acertados destrozando un Miguel Ángel. Sin embargo, atacaron lo que la Iglesia representaba en ese momento: apoyo a los golpistas y una posición totalmente beligerante hacia cualquier tipo de modelo social en el que hubieran podido perder poder económico e influencia política. Al final siempre se trata de eso.
El artista Juanan Soria, afincado en Bélgica, en su última etapa está trabajando con el concepto: destroy to build. Usa la representación de destrucción de obras de arte al modo de Damnatio Memoriae. El único sentido del olvido es la negación: nunca has existido, no eres importante, jamás permitiremos que tu recuerdo siga entre nosotros. Ni con nosotros, ni con nadie. Que te olviden es morir dos veces. Eso se trató de hacer con bustos de Calígula, esvásticas nazis y esculturas de Stalin o, como presenta Soria en algunas de sus obras, retratos de Pol Pot arañados con la más orgullosa de las rabias, y restos del San Juanito de Úbeda. La memoria condenada al olvido. Lo que no se recuerda jamás ha existido. Del olvido se hace arte y el recuerdo sirve como excusa para entender el proceso.
La obra de arte, y los distintos símbolos de toda clase, establecen un diálogo constante con el espectador. Se trata de reflexionar sobre los distintos momentos que vive una pieza, cómo le afecta el paso del tiempo y, sobre todo, cómo la ha tratado el hombre. De la destrucción, la barbarie y la negación de la memoria, el espectador debe realizar una visión compleja, contemporánea y arriesgada en la que reconstruya la obra y la inserte en un contexto radicalmente nuevo, sin olvidar su sentido original.
La memoria se reduce a su propia imposibilidad y la negación, la destrucción y la condena al olvido, no afecta únicamente a la obra de arte, sino a modelos de pensamiento, que radican en la esencia de esas obras destruidas y que son las únicas armas con las que contamos para poder enfrentarnos a las nuevas y antiguas formas de totalitarismo y de barbarie. Frente al peligro de que lo estrictamente pragmático haga que el pensamiento crítico se vea reducido a cenizas y polvo de mármol, hay que mirar atrás con una sonrisa y sacar a relucir la resistencia, la lucha y el recuerdo, de lo que alguna vez importó y merece la pena reconstruir de sus escombros, para entender el pasado, para entender el viaje, para entendernos hoy. Con todo lo que ello supone.
1.a. Según escribió Ian Gibson en los setenta, en el verano de 1936, Queipo de Llano, enterrado en la Iglesia de La Macarena en Sevilla, pide por radio que le «den café, mucho café a Lorca».
1.b. La destrucción del arte no se limita a hacer polvo con el mármol o cenizas con los lienzo. Un café en forma de pelotón de fusilamiento también es una opción válida. Granada apestó a adelfa negra, sal y pólvora. Respira.
1.c. Joe Strummer de The Clash compró una pala y fue a buscar el cuerpo de Federico García Lorca. No tuvo éxito y antes de salir de volver al Reino Unido dejó un descapotable olvidado en un garaje de Madrid.
2.a. La mujer de Winston Churchill quemó el retrato que la Cámara de los Comunes le había encargado al pintor Graham Sutherland como regalo de su 80 cumpleaños. «Parecía un bulldog aturdido», dijo al verse en el cuadro del ex-primer ministro.
2.b. No sólo las guerras destruyen obras, también los bulldogs aturdidos.
3. Es 1989 y el Joker acaba de salvar a Francis Bacon.