
Fue un verano en casa de su abuela, mientras leía. Entonces pasó: «tuve la sensación, muy fuerte, de que yo quería dedicarme a crear esos universos y me dije: yo quiero ser escritora». Tenía once años. Elvira Navarro es tímida y termina las respuestas con puntos suspensivos, como si no estuviera convencida de haber respondido bien, pero lo que responde resuena y deja poso. Asegura que necesita escribir, que «si no tuviera eso no sabría a qué agarrarme porque no hay otra cosa que me resulte tan satisfactoria». Cree que querer vivir de la literatura «ha sido una pretensión un poco ingenua porque nunca o casi nunca se ha podido hacer». Navarro acaba de publicar Los últimos días de Adelaida García Morales, un «artefacto» en el que a partir de una anécdota real recrea su «propia versión» de la escritora.
Escribo para darle cierto sentido a mis días. No podría vivir sin escribir porque me genera un estado, que no sé describirlo, que a mí me gusta mucho. Es un estado de pura concentración, donde la imaginación va un poco loca, y podríamos decir que estoy un poco enganchada a ese proceso.
¿Cómo se siente con la novela recién publicada?
Pues ahora más tranquila. Los dos primeros libros para mí fueron momentos de poner en duda el libro porque tenía mucho miedo de lo que se pudiera decir. Sin embargo, ahora, no sé si porque he adquirido seguridad, la verdad es que la salida de esta última novela es un momento de celebración más que otra cosa. Me da cada vez menos miedo lo que se pueda decir de un libro mío porque entiendo que todos los juicios son muy relativos. Antes me tomaba cada comentario muy en serio, y puede ser que ya no me lo tome tan en serio.
¿Es posible que esa tranquilidad por la respuesta que pueda tener venga porque todos los comentarios anteriores han sido muy buenos hacia sus libros y hacia su literatura?
Puede ser que como la mayoría de ellos, es cierto, han sido buenos puede que me haya instalado en la tranquilidad de que vayan a volver a serlo. La verdad es que no lo sé. No te puedo decir por qué estoy más tranquila. Yo soy una persona tímida y la exposición pública me ponía muy nerviosa. Cuando ya llevas unos cuantos libros te acostumbras porque ves que no es para tanto. No es para tanto que te halaguen pero tampoco es para tanto que pongan mal un libro tuyo. Nada es para tanto.
Menos de un mes después de su publicación, la novela ha suscitado un debate importante sobre todo por la aparición pública de Víctor Erice, alrededor de su aproximación a la figura de Adelaida García Morales. ¿Cómo se sitúa en esa polémica? ¿Le ha sorprendido algo de ese debate?
Por supuesto que Victor Erice está en su derecho a quejarse. De hecho, antes de su aparición, la novela se estaba aceptando bien, y los lectores habían entendido el juego que yo planteaba. Pero, a partir de su reacción, que es totalmente lícita, se han dado reacciones fuera de lugar de gente que ha juzgado la novela solo por la portada, sin leerla. Y en ese aspecto sí me ha sorprendido la polémica.
¿Le influye mucho la respuesta del público a la hora de seguir escribiendo?
Para mí no influye la respuesta. Yo tengo la necesidad de escribir. Escribo para darle cierto sentido a mis días. No podría vivir sin escribir porque me genera un estado, que no sé describirlo, que a mí me gusta mucho. Es un estado de pura concentración, donde la imaginación va un poco loca y podríamos decir que estoy un poco enganchada a ese proceso. Si no tuviera eso no sabría a qué agarrarme porque no hay otra cosa que me resulte tan satisfactoria. Es verdad que me quedaría la lectura, pero con solo la lectura me sabría a poco, y me faltaría la escritura. Por eso, la respuesta sobre lo que escribo no influye en que siga escribiendo. Otra cosa es que sienta la necesidad interna de dejar de escribir, pero aún no ha pasado.
Queda claro que existe en usted una necesidad de escribir, ¿también la hay de publicar?
Entiendo que el proceso de escritura se completa con la publicación. Como escritora necesito que eso que escribo adquiera más vidas. Si solo lo leo yo, parece que no existe. A lo mejor bastaría con escribir pero lo que yo tengo aprendido es que uno es escritor en la medida en que el texto es público. Mi vocación es ser escritora por lo que soy fiel a esa necesidad de publicar aunque entiendo que puede ser una imposición o una convención; no habría por qué publicar. De todas formas sí creo que yo seguiría escribiendo aun no publicando. No sería una realización completa porque los textos se escriben con la idea de ser públicos, y sí escribo con esa vocación.
Esa atracción al proceso de escribir, ¿la ha tenido siempre?
La he tenido casi siempre. Me acuerdo que, de niña, me aburrían mucho los deberes pero cuando nos hacían escribir una redacción de tema libre yo disfrutaba muchísimo. Era feliz cuando yo podía escribir lo que me diera la gana. Eso siempre lo he tenido. Además, el primer libro que leí me hizo lectora. Se trataba de Patatita de Pilar Molina. Desde entonces soy lectora. Incluso, a partir de este libro también empecé a escribir.
Da la sensación de que ya era lectora antes y solo tenía que coger un primer libro.
Curiosamente, me costó mucho el aprendizaje de la lectura. Me retrasaba con respecto a mi clase y les dijeron a mis padres que o aprendía o que tenía que repetir curso. Fue mi abuela quien me enseñó a leer con una mano en el cogote, y cada vez que me equivocaba me daba un manotazo. Para mí era un proceso muy penoso, claro. Pero una vez que aprendí, leer me resultó siempre muy placentero y era como un juego. Yo entré en la lectura como si fuera un juego más. Me obligaron a aprender a leer pero nunca me obligaron a leer.
Y la escritura, ¿también surgió así?
Sí, como un juego. Yo imitaba mucho. Me gustaba escribir y dibujar y al final escribir se impuso a dibujar.
Para escribir una novela no hay por qué documentarse. Quería escribir mi versión de Adelaida García Morales. Es más una relación a partir de su obra y lo que ha provocado en mí que sobre su figura. Y además quería usar todos esos materiales tenues que se pùeden encontrar en Internet, que han creado otros relatos.
Volvamos, o empecemos, a su última novela Los últimos días de Adelaida García Morales. Una escritora fijándose en otra escritora casi olvidada ¿Justicia poética? ¿Masoquismo? ¿Necesidad?
Para empezar, yo no diría que la obra de Adelaida García Morales me haya influido en exceso. Mis referencias son otras, aunque los dos primeros libros de ella a mí me gustan mucho. Sin embargo, después se pierde un poco como autora. Yo la conocí dentro de las propuestas de lectura en el libro de texto de BUP. Se trataba de El silencio de las sirenas. Aunque las obras canónicas o fundamentales no se marcan por lo que aparece en los libros de texto, a esa edad cuando lo lees y lo ves sí parece como algo de máxima autoridad. Y más cuando yo, a esa edad, era muy tímida. Y, de repente, esa mujer desaparece.
De vez en cuando, en algun suplemento aparecía algo de ella, porque siguió publicando libros, pero esos libros no tuvieron mucha suerte porque, en realidad, tampoco lo merecían. Escribió dos libros muy buenos, y luego parece que su talento se iba apagando. Además, surgían leyendas sobre ella, que tenía bastantes problemas, con una vida oscura. Y entonces yo me genero un personaje de esa mujer. Yo y mucha gente. Había algo legendario en Adelaida. Cuando murió en 2014 los medios se hicieron eco de su muerte pero pasó un poco sin pena ni gloria. Aunque es verdad que no tuvo una carrera regular pero sí, en un momento dado, fue paradigmática. Y ese poco caso lo sentí como una injusticia. Una injusticia que se puede trasladar a cualquier otro escritor que haya hecho cosas valiosas. Es generalizado el escaso reconocimiento a este tipo de personas.
Pero eso pasó hace tiempo, ¿cómo aparece la necesidad de escribir esta novela?
Meses después de la muerte de la escritora, Rosario Izquierdo, amiga mía y también escritora, me manda un par de correos electrónicos contándome la anécdota de que Adelaida había ido a la concejalía de igualdad a pedir cincuenta euros para poder ir a ver a su hijo a Madrid. Y este momento es significativo sobre cómo podría estar acabando sus días la escritora. Además, es altamente literario y muy sugerente. Esa escena me permitía tratar, entre otras cosas, la injusticia de que no se la reconociera por lo que había hecho. Y me puse a escribir.
En realidad, y aunque suene esotérico, yo no decido cuándo me pongo a escribir una novela. Esos correos me ponen en órbita la historia aparece. Primero como un cuento y luego introduzco un segundo personaje y se convierte en una novela. Me ha pasado también con las otras novelas que he escrito. De repente hay algo que despierta mi intución y me pongo a escribir sobre eso. En la primera novela fue la lectura de varias obras de Clarice Lispector y en la siguiente el desencadenante fue un viaje de autobús entrando a Madrid.
¿Cómo se sitúa en ese momento de escribir una novela con un elemento real tan fuerte?
Dejo muy claro que es ficción, aunque no sé si realmente es una novela. Es un artefacto, y si lo llamamos novela, desde luego que no es una novela clásica. Aunque el nombre real aparece continuamente, la propia historia deja claro que es una ficción. No me ha planteado muchos problemas porque lo tenía claro desde el principio. No he jugado a escribir una biografía novelada; me he ido directamente al terreno de la ficción. Lo que es real es la anécdota inicial, y tampoco del todo, porque la sitúo, deliberadamente, en la concejalía de cultura, porque quería hablar de la cultura institucionalizada y los mecanismos públicos al frente de una situación como esa.
Y en ese proceso, y dada la polémica surgida después, ¿en algún momento estuvo tentada a acercarse a el entorno íntimo de la escritora para documentarse?
Nunca estuve tentada a hacerlo porque entendía que preguntar a la familia era condicionar mi libertad como creadora. Y para escribir una novela no hay por qué documentarse. Quería escribir mi versión de Adelaida García Morales. Es más una relación a partir de su obra y lo que ha provocado en mí que sobre su figura. Y además quería usar todos esos materiales tenues que se pùeden encontrar en internet, que han creado otros relatos. Creo que la verdadera obscenidad habría sido hacer una biografía sobre Adelaida García Morales.
Si lo que quería era, desde el principio, hacer una ficción y reflexionar a partir de la ficción, ¿por qué usó la figura de Adelaida García Morales para la novela?
Creo sinceramente que el relato perdería fuerza. Fue esa anécdota lo que a mí me disparó esa novela. La escritora Nataliza Ginzburg cuenta, cuando escribió su historia personal en Léxico familiar, que estuvo tentada a cambiar los nombres pero, al hacerlo durante el proceso, se dio cuenta de que la historia perdía significado y no funcionaba. Con esta novela pasa lo mismo. Con esta y con otras novelas mías. Nunca he podido cambiar los nombres de mis novelas ni de mis personajes. No te puedo dar una explicación racional porque no la tiene.
La novela nace como artefacto, luego se depura y se convierte en lo que hoy conocemos como novela clásica. Ahora estamos volviendo al artefacto porque la fórmula de novela clásica está ya agotada, y el artefacto es mucho más libre.
¿Por qué cree que ahora hay un gusto especial por los artefactos más que por las novelas?
En realidad, la novela nace como artefacto, luego se depura y se convierte en lo que hoy conocemos como novela clásica. Ahora estamos volviendo al artefacto porque la fórmula de novela clásica está ya agotada, y el artefacto es mucho más libre. El caso es que tenemos interiorizado que la novela nace como una novela clásica, pero no es cierto. Aunque sea solo por el cansancio de usar ese modelo, está surgiendo un gusto por los artefactos literarios.
Pasa algo parecido con la no-ficción con respecto a la ficción ¿por qué cree que la gente tiende ahora más a la no-ficción?
Responde a una necesidad de la época que nos toca vivir, que yo no sé explicar, pero creo que es porque están cambiando los parámetros sobre lo que resulta verosímil. Estamos tan acostumbrados a la «telerrealidad» que parece que necesitamos a un narrador que esté más cerca, o que lo parezca. No tengo respuesta pero hay tanta ficción que la narrativa necesita buscar otros caminos.
Hablaba antes de que no escogía el momento de escribir una novela. Como profesora de escritura, ¿cómo enseña esa intuición?
Esa intuición no se enseña. Es imposible, y yo lo digo en los cursos. Alguien que se apunta a estos cursos tiene que saber que ninguno de ellos te enseña a escribir, a tener esas intuiciones o a ser escritor. Te da herramientas para que tú desarrolles tus ideas y con suerte acortes algo de camino. Y, sobre todo, el curso te amplía las posibilidades de lectura pero el escritor tiene que hacer un trabajo que no lo puede enseñar nadie, tiene que ser el propio autor el que llegue a sus propias conclusiones, que pase determinadas experiencias él mismo y tiene que ser él quien encuentre su voz, su universo.
¿Ha habido algún momento en el que haya dicho «quiero ser escritora, quiero vivir de esto»?
Como he dicho, yo leía todo el rato y, además, vivía muy intensamente todo lo que leía. A los once años me había leído un libro —que juraría que era Montes, pájaros y amigos— y tuve la sensación, muy fuerte, de que yo quería dedicarme a crear esos universos. Y me dije a mí misma: «Yo quiero ser escritora». Era un verano en casa de mi abuela.
¿Alguna vez se ha sentido culpable por querer vivir de lo que escribe?
No, culpable no. Lo que veo es que es difícil porque en este país, en general, se lee poco; lo que se lee de manera mayoritaria es una literatura más comercial, y yo no estoy ahí, soy consciente de que no estoy ahí. Pero tampoco pasaría nada si algún día estoy en ese tipo de literatura. Incluso los escritores comerciales están teniendo problemas por cómo está cambiando el sector. Además, desde que era bastante joven me dediqué a leer biografías de escritores. Me leía la de Kafka, Dostoievski, y lo pasaron tan mal que me he hecho a la idea de no vivir de la escritura pero no me sentiría culpable. Creo, también, que durante los ochenta y los noventa se dio en este país el espejismo de que sí era posible vivir de escribir y publicar libros porque hubo bastante dinero, cierto entusiasmo por la cultura, y sí hubo gente, y no precisamente de primera línea, que lo consiguió durante esa época. Pero eso fue fugaz, algo como una burbuja inmobiliaria.
¿Ahora es imposible?
Antes de Internet era posible porque todo el mundo, crítica y público, se fijaba en los mismo medios, los mismos suplementos, y cuando te nombraban podías hacerte con un hueco. Ahora mismo hay una fragmentación tan grande de todo que el hecho de que salgas en un periódico como El País ya no te asegura un determinado número de lectores. Por otro lado, esta situación tiene una ventaja, y es que hay sitio para literaturas más raras, que antes no aparecían.
En ese sentido, parece que el ámbito del escritor también ha variado, ¿su trabajo termina cuando publica la novela?
Yo, cuando me invitan a un club de lectura, voy pero lo que no hago es irme con mi libro por ahí a una librería a vender uno por uno. También están la redes sociales, y yo las uso como elemento de promoción, pero todavía no sé si eso es efectivo o no. El hecho de que el autor esté presente es más ilusorio que otra cosa porque da la sensación de que tienes una mejor respuesta de la que tienes en realidad.
Entonces, ¿puede ser también ilusoria esa sensación de los escritores de querer vivir de lo que escriben?
Sí, en el sentido de que genera frustración. Yo, por ejemplo, nunca me lo he planteado porque en realidad han sido muy pocos los que han conseguido vivir de lo que escribían o publicaban. Creo que ha sido una pretensión un poco ingenua porque nunca o casi nunca se ha podido vivir de la literatura.
¿Crees que esa percepción ingenua de querer vivir de la literatura fomenta que haya cada vez más gente que va a cursos de escritura?
Lo que ocurre con la gente que va a estos cursos es que es muy heterogénea. Hay desde quien cree que puede escribir un bestseller y forrarse —que es muy ingenuo, y de este grupo no hay muchos— hasta quien asiste porque le gusta escribir y se apunta como quien se apunta a tenis, para buscar nuevas lecturas, compartir sus textos y poco más. Este grupo casi siempre es el mayoritario. Yo lo que creo es que sigue siendo prestigioso ser artista, da igual la disciplina. Digamos que sigue sirviendo para ligar. Es bastante habitual el perfil de aquel que tiene una vida que no le gusta y busca, a través de la escritura, salir de esa vida infeliz.
¿España es un lugar más difícil para la cultura y para la literatura que otros?
Probablemente. Si lo comparamos con Alemania o con Francia, sí. Si lo comparamos con Cuba, no. Depende de con qué lo compares. De todas formas, creo que al final, lo bueno sale. Es una creencia, no una certeza porque no puedo medirlo realmente. La sensación que tengo después de ser profesora en talleres, y haber sido editora un año es que lo que merece la pena salir al mercado, sale. En la editorial donde estuve recibíamos muchas cosas, y mucho era bastante malo. Por eso, cuando aparecía algo interesante sobresalía por si mismo. Luego igual no lo publicábamos pero lo podíamos derivar a otros sellos.
¿Qué opinión le merece la autoedición?
Juan Benet se autoeditó, por ejemplo. A priori, la autoedición no tiene por qué ser algo negativo. Pero la mayoría de libros autoeditados son aquellos que han sido rechazados por muchas editoriales y los autores no se resignan, decidiendo autoeditarlos. No digo que no sea un camino para sortear la dificultad de que una gran editorial crea en tu obra, pero sinceramente creo que el camino para llegar a una editorial normal no está tan viciado si tú sabes dónde acudir.