Los poetas no convencen.

Tampoco vencen.

Su papel es otro, ajeno al poder: ser contraste.

-Rafael Cadenas

Quizás en todos los tiempos, pero especialmente en el que vivimos, esta anotación de Rafael Cadenas es válida y pertinente. Aunque algo parezca obvio de apoyar, aunque algo esté en la cima del poder, la labor del poeta no debería consistir en acompañar y validar esa victoria. Tampoco convencer de que esta es errada o certera. Tal vez basta para este oficio establecer un contraste que ayude a quienes observan a comprender los matices y las perspectivas: a que piensen por sí mismos sobre cada cuestión.

Vivimos en una época en la que la información es aparentemente muy accesible y, al mismo tiempo, resulta cada vez más simple estar mal informado. Seguros de nuestros círculos de amistades y de la accesibilidad de la información en redes sociales, creemos saber todo lo necesario y quedamos atrapados en una burbuja de cercanía y comodidad. La trampa es evidente. Los últimos años, a pesar de las sorpresas, nos demuestran el carácter cíclico de la historia. La información vuelve a estar, lentamente, bajo control, incluso en la red libre de la que nuestra generación tanto se enorgullece. Todo esto requiere la existencia del contraste, de la pregunta que abre un espacio más allá de halagos por obligación, de afirmaciones repetidas en todos los medios de comunicación, vistas una y otra vez, reiteradas sin ningún cuestionamiento.

Lo vemos claramente en los juegos de la política. Lo hemos visto también en las posibles alteraciones de la percepción y en las sorpresas que nos han causado los resultados electorales. Estamos ciegos de repeticiones, incapaces de ver más allá del flujo básico que llega a nuestras pantallas. Notamos, por ejemplo, el resurgimiento de nacionalismos, pero no siempre llegamos a cuestionar todo lo que hay detrás de los presupuestos que consideramos obvios. ¿Desde cuándo han estado presentes? ¿Por qué cobran voz ahora? ¿Qué alternativas hay?

Ante el nacionalismo, José Emilio Pacheco plantea su propia Alta traición en este poema:

No amo mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas,

una ciudad deshecha,

gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

y tres o cuatro ríos.

Tal vez la misma idea de patria contiene el error. Puede ser que el punto de partida esté equivocado y por eso se preste al desvirtuamiento. ¿Cómo se puede evitar? Quizás solo en el contraste que suma puntos de vista y deja suficiente espacio para la duda. Por lo tanto, un artista extremo, empeñado en convencer, o en vencer, ¿qué lograría, entonces, salvo una propuesta propagandística que defienda un solo argumento?

Pensemos en los poetas nacionales que, por una razón u otra, llegan a ser el emblema de un país. Pensemos en escritores como Whitman o Pushkin, absorbidos por su nación o entregados a ella, domesticado su mensaje, uniformado, y en todo lo que perdemos leyéndolos con una sola mirada, y en todo lo que se pierde escribiendo con un punto de vista limitado y panfletario.

Leonard Cohen tiene un poema que dice:

Cada hombre

tiene una manera de traicionar

la revolución

Esta es la mía

Y eso es todo lo que plantea, lo que entrega a quien lee y busca recibir. Cada uno de nosotros tiene una manera de traicionar la revolución, de traicionar la patria, de traicionar la repetición, por ínfima que sea. Implica abrir una brecha en uno mismo y en los otros, una brecha que genera cultura, que genera juicio crítico. Quizás son las preguntas y los planteamientos los que hacen la diferencia, quizás es solo ahondar un poco más en la multiplicidad de visiones, quizás es sentarse a comprender que no se trata solo de vencer o de convencer, que basta con mostrar la escala de grises, el contraste.