Una de las primeras respuestas que me da José Manuel, el librero de la caseta nº30 de la Cuesta de Moyano, cuando le digo que quiero hacer una serie de retratos a los trabajadores de esta feria permanente es: «me sorprende que alguien tan joven como tú conozca este sitio, y aún me sorprende más que te interese». Al parecer, hace ya años que esta «mítica» calle ha dejado de ser lo que era (como tantos rincones de Madrid), y no solo por la caída en picado de las librerías. En sus comentarios, todos coinciden al hablarme sobre las dificultades por parte de las editoriales, que reservan los descuentos para la Feria del libro del Retiro, y del Ayuntamiento, que no se ha interesado por ellos hasta la llegada a la alcaldía de Manuela Carmena, en 2015.

A pesar de toda la información disponible en páginas web y algún que otro libro, nadie mejor que los libreros puede explicar la historia y el declive de la Cuesta. Después de hablar con ellos y fotografiarles, aún me sorprende más la casi inexistente mención que reciben en artículos, reportajes relacionados con el tema e incluso de los propios escritores: el único del que casi todos me hablan como un buen apoyo es Arturo Pérez-Reverte, fiel a su visita cada jueves. Quizás porque convenga seguir pensando que el oficio de librero es algo romántico y fácil, con el que muchos hemos fantaseado alguna vez (la que escribe estas líneas incluso llegó a hacer cuentas para abrir una librería) y así no tener que escribir sobre las ventas escasas, los libros rematadamente malos que triunfan, la clientela que maltrata el género y, en este caso, las temperaturas: después de tres horas  tenía las manos tan frías que me costaba presionar el obturador de la cámara, así que no sé cómo terminarán ellos una jornada de ocho horas en la que apenas se mueven.

Con un futuro incierto, la Cuesta seguirá siendo, al menos unos cuantos años más, una realidad aparte para los nostálgicos que no entendemos el mundo que ahora nos rodea. Tan diferentes entre ellos, pero con una cierta rareza (auténtica) en común. Me recuerdan a los personajes de tantas películas: los residentes de Delicatessen, los «okupas» de The million dollar hotel, los vecinos de La comunidad

Caseta 8. Efrén, hace 15 años.

«Te atiendo encantado y además te agradezco mucho la educación. Mucha gente viene por aquí y agarra los libros como si nada, me los saca de la caseta y me los deja en la mesa… qué mal me sienta» Con una sonrisa de oreja a oreja, el clima frío y nublado no afecta para nada al buen humor de Efrén. Incluso, es uno de los pocos en mostrarse positivos respecto al futuro de las librerías. Tal y como han vuelto los vinilos y la fotografía analógica, mantiene cierta esperanza en que el gran público no se rendirá al poco encanto del libro electrónico. «Al final cuando tú quieres un libro, quieres ese libro, quieres tenerlo para acudir a él cuando lo necesites. Los japoneses se pensaban que iban a triunfar pero no, los lectores no se desprenden tan fácilmente del papel».

Caseta 16. Daniel, un año y medio.

No me cuenta nada de la feria. Me habla de sus momentos favoritos en La conjura de los necios, de que España nunca será un país unido, de que él sería un buen dictador y de que por fin ha llegado un presidente políticamente incorrecto a la Casa Blanca, «Toda la familia que tengo en Miami ha votado a Trump». Supongo que trata de jugar a impresionar, pero me interesa más lo que pueda contarme de la Cuesta.

Caseta 6. Isabel, 5 años.

El padre de su marido compró la caseta en 1926 y desde entonces la familia se ha ocupado del negocio. Le sorprende que ni siquiera salen en muchas guías turísticas. Mucha gente que pasa por allí les pregunta cuánto tiempo va a durar la feria, sin saber que lleva allí más de 90 años y que, si todo va bien, aguantará muchos más. El Ayuntamiento lanzó una propuesta para hacerles patrimonio, como los libreros de París, pero de momento se ha quedado en eso. Me sorprenden los precios tan bajos, los libros están poco considerados. Venden los grabados de un familiar «Nos tenemos que ayudar entre todos. ¿Cómo os va a vosotros la revista? Bueno, pues a ver si entre todos nos damos un empujón».

Caseta 17. Carlos.

El mercado de segunda mano es fundamental para mantener vivo esto. Las grandes editoriales, a veces, piensan más en el autor y la rentabilidad que les ofrezca que en la calidad del libro, publicando los mismos argumentos con diferentes títulos. Si desaparece el mercado de segunda mano se perderá la variedad. Hace unos años tenía más presente la amenaza del libro electrónico porque veía a todo el mundo con uno en el metro; ahora no tanto, la gente ha terminado volviendo al papel. Lo mejor de un negocio así es que la clientela es fiel, y el que va a pasear por allí, va muchas veces «como tú, que siempre pasas por aquí».

Caseta 9. Alberto, 3 años y 8 meses.

La caseta 9 es un auténtico caos. Entre libros y vinilos, Alberto atiende, habla consigo mismo sobre dónde colocar los libros y de vez en cuando, canturrea. También es el dueño del kiosko a la entrada de la cuesta. «¿Cómo estoy? Aburrido de trabajar». Le hago cuatro preguntas mientras entra y sale de la caseta sin parar. No tiene tiempo para que le haga una foto pero creo que no es necesario, la caseta es su reflejo perfecto. En un rincón hay un libro con Donald Trump en la portada. Se ríe. «Aquí tengo al jefe de la caseta, ¡este no se vende!»

Caseta 25. La caseta de la música. Carmen, hace mucho tiempo.

La caseta de la música, la única especializada de toda la Cuesta. De Carmen todo me fascina desde el primer vistazo: su abrigo de leopardo, sus labios «rojísimos». Pienso que si no quiere participar en el reportaje no continuaré haciéndolo. Me cuenta que su marido era músico, «los músicos tienen una sensibilidad especial, ¿verdad?» y que cuando él vivía trabajaban allí los dos juntos. Tiene un cuaderno con autógrafos, incluido uno de Patti Smith, del día que le compró unos libros y Carmen quiso regalárselos, pero Smith se negó.

Le pregunto por la construcción de las casetas. Antes eran completamente de madera pero tuvieron que reforzar el interior con contrachapado porque, por las noches, hundían las tablas y entraban a robar: «nos robaban los cambios y no los libros, ya ves». Comenzaron a notar la bajada de ventas cuando la calle se hizo peatonal. Antes, la carretera obligaba a los peatones a subir por la acera, y siempre picaban en algún puesto. Ahora pasan por el centro de la calle y muy pocas veces se acercan. No es la primera, ni será la última, que me menciona Amazon como peligro exponencial para las librerías. Pero sí es la única que resalta las condiciones pésimas de los trabajadores del gigante de ventas,«la crisis no solo es el paro, son los grandes capitales». Al terminar, me regala un facsímil del expediente que recoge la solicitud de varios escritores sobre la ubicación de la feria, aún sin instalar, en 1925.

«Los que suscriben, amantes de todo cuanto redunde en beneficio de la cultura y amor al libro, y enterados de la iniciativa del Excmo. Ayuntamiento de construir una Feria Permanente, por cuya idea, no solo de enaltecer la Capital de España, sino de cumplir con un sacratsimo deber de iniciar en la instrucción a todos aquellos, que a pesar de sus deseos, se ven privados de poderlo hacer, por sus escasos medios económicos, y que de esta forma verían colmados sus anhelos, a más de hacerles presente su más reconocida gratitud; verían con sumo gusto que la instalación de dicha Feria, fuese en sitio bien visible y de fácil acceso, tanto a los que en los referidos puestos vemos pasar las mejores horas de nuestra vida en busca de un libro deseado, como aquellos otros, que sin pensar, van aficionándose a guardar y tratar con todo cariño un libro».

Caseta 26. Javier, 12 años.

«El Moyano es algo especial, es increíble que algo así perdure». Javier enseña los detalles de la caseta casi como si fuera una casa. Me propone hacerle una foto al Gollum con el Quijote, y a la carta original que Rafael Alberti escribió desde el exilio a un tal Alfonso, del Partido Comunista: «Roma, 19 de marzo de 1966. Mi querido Alfonso Muñoz, indudablemente se han perdido algunas cartas. Ahora la tuya del 23 de febrero me llega a mediados de marzo. No sé por qué…».

Lo mejor, me dice, es cuando compra una biblioteca y recibe cajas llenas de libros por catalogar y para colocar donde buenamente pueda. En ese momento entiendo el revuelo de hace una hora, unas casetas más abajo, cuando tras el descargue de unas cajas un grupo de señores se abalanzó sobre ellas con ansia cuidadosa. ¿Lo peor? El frío. No se muestra muy optimista sobre el futuro de la feria, ni de los libros en papel, pero al mismo tiempo le resulta difícil creer que sea un objeto que pueda llegar a desaparecer. Hablamos de Carmena, del acoso psicológico al que ha sido sometida desde que empezó, y cruzamos los dedos por el futuro de los libros.

Caseta 2. Juan, toda la vida.

Conoce la Feria desde que era un niño, porque su abuelo era el dueño de la caseta. Le ayudaba a colocar los libros y con el cobro a los clientes. A diferencia del resto de casetas, ordenadas en estanterías, Juan tiene apiladas cajas y más cajas en el fondo del puesto, son muchas horas trabajando y prefiere sacar el género poco a poco. «Muchas veces cuando compro cajas de libros, si alguno me gusta me lo quedo para mí. Así he terminado, con una biblioteca personal de más de mil libros. No son libros valiosos ni ediciones especiales, pero a mí me gustan». Por una timidez más que evidente (apenas me ha mirado a la cara un par de veces) me dice que prefiere no salir en ninguna foto. No le fotografío, Juan tiene pinta de querer que le dejen tranquilo.

Caseta 30. José Manuel, 5 años.

La caseta pertenece a la familia de su mujer desde hace tres generaciones. Opina que el negocio de las librerías va cuesta abajo y sin frenos, aunque reconoce que en parte es culpa de los propios libreros por no adaptarse, no darse a conocer lo suficiente. Días atrás escuchaba en la radio unas entrevistas a personas sin hogar: «salvo porque yo puedo dormir en casa, sus vidas se parecían a la mía».

Caseta 29. Armando, más de 40 años.

No hay más motivación para ser librero que el hecho de que guste. Nunca es rentable, no tienes fiestas, pasas frío, calor… El Moyano fue un lugar de referencia hasta mediados de los 90, ahora es un refugio para nostálgicos. Sin darme cuenta he abordado a Armando en medio de una venta. Sin embargo, es el cliente el que se disculpa cuando va a pagar: «perdóneme la interrupción, señorita», en un tono tan afable que, de repente, tengo la sensación de haber viajado atrás en el tiempo. No llego a apreciar si ha comprado un libro o un cómic, en cualquier caso el tomo forma parte de una colección que leía de pequeño. Me fijo bien, y puedo ver que es un chico joven, no creo que llegue a los cuarenta. Pienso que, efectivamente, estoy en un refugio de nostálgicos.

El librero me habla mucho de todo: de que antes la gente joven leía más, que ahora no saben ni lo que es un libro (después de ver mi mueca añade: «salvo excepciones»), del negocio de las editoriales, la falsedad de las críticas, la moda de la novela negra. Suena el teléfono, no tiene el libro que le están pidiendo así que recomienda una edición bilingüe. Me habla de mi cámara y de que tiene amigos que son grandes fotógrafos. Me recomienda no casarme con ningún grupo, tener un pensamiento muy crítico y cuestionármelo todo. Tuvo un profesor de filosofía que le dejó esa idea grabada. «Cuando terminaba la clase nos preguntaba: ¿os habéis creído todo lo que os he contado? Si le decíamos que sí nos decía: ¡mal! entonces no ha servido para nada”.

Caseta 1. Perteneciente al Ayuntamiento de Madrid.

Seis intentos por la mañana y por la tarde en horario comercial. Las seis veces estaba vacía.